El 25 de mayo de 1810 se produce, al menos en teoría, la primera revolución en nuestro país.
Por ese entonces el poder lo ejercía el virrey, delegado por el rey de España. Tres días antes el cabildo abierto había dado por finalizados los servicios del virrey luego de lo cual se formó una junta de gobierno.
A partir de esa fecha y hasta el 9 de julio de 1816, nos manejamos, de hecho, independientes del poder de España.
Pero, evidentemente, esa revolución no era la indicada o no era lo suficientemente sólida ya que en el transcurso de los siguientes decenios se sucedieron otras con resultados y colores políticos diversos.
Lo que queda por descubrir, después de tantas “vueltas” es de qué lado quedó el poder. Ha quedado mareada la República con tantos cambios. Lo que antes nos parecía mal hoy lo vemos como algo normal.
¿Puede la perspectiva individual cambiar la escala de valores?
Casualmente, buscando otra información en la red, encontré un resumen de la biografía de Lenin (1870-1924), político y dirigente ruso con participación activa en la revolución rusa, desde 1905 en adelante. En la misma me llamó la atención el siguiente párrafo:
“Sus detractores lo etiquetan como un dictador cuyo gobierno fue responsable de múltiples violaciones de los derechos humanos, mientras que sus seguidores lo describen como una de las personas que más ha hecho por la obtención de mejores condiciones laborales y de vida para la clase obrera.”
Creo que las dos versiones son verdaderas, así como las opiniones sobre las distintas figuras políticas de nuestro país tienen todas algo de verdad.
El problema es darle el valor que cada conducta merece. ¿Qué pesa más a la hora de juzgar a un dirigente? ¿La violación de los derechos humanos y, en muchos casos, la eliminación física de los opositores o conseguir mejoras a la clase obrera (llegado el caso, también a la clase media y alta)?
Hace bastante tiempo que juzgamos a los dirigentes exclusivamente por el mal o el bien que recae sobre nuestra propia persona o grupo. No importa la corrupción o la mala administración de los bienes del estado. Solo importa el beneficio personal.
En este mayo revolucionario tan significativo podríamos reflexionar sobre cuál sería el signo moral de la revolución que nos falta.
César G. De Gerónimo
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