El 9 de mayo de 1943 muere en Cosquín (Provincia de Córdoba) el cuentista y periodista Enrique González Tuñón, autor de una colección de glosas titulada "Tangos". Era el hermano de otro poeta gigante: Raúl González Tuñon.
González Tuñon había nacido en Buenos Aires el 10 de marzo de 1901.
Escritor, periodista y novelista, fue un personaje clave de la época en que el grupo de Boedo albergaba en su seno a escritores de la talla de Leónidas Barletta, Roberto Arlt, Álvaro Yunque, músicos como Sebastián Piana, Pedro Maffia, Cátulo Castillo, entre otros y pintores como Adolfo Bellocq. Mientras tanto, en el grupo de Florida escribían Borges, Girondo, Conrado Nalé Roxlo, Güiraldes, entre otros.
A Enrique González Tuñon es dificíl encasillarlo en uno u otro grupo. Periodista del diario Crítica colaboró a su vez con publicaciones emblemáticas como Proa y Martín Fierro.
Fue aquí en las crónicas policiales de contratapa donde se desarrolló
ese estilo, tan particular, que caracterizó la escritura tanto de él
como de su compañero Roberto Arlt.
Como periodista fue considerado como un verdadero renovador del estilo
periodístico nacional, la mayor parte de su obra literaria proviene de
sus intervenciones en distintas publicaciones periódicas; fue además guionista de cine (Mañana me suicido, 1942; Pasión imposible, 1943). Escribió tangos (entre los que se cuenta Pa’l cambalache, escrito junto a Rafael Rossi y grabado en 1929 por Carlos Gardel), piezas teatrales, sainetes y folletines.
El paciente número uno (Cuento)
(publicado en Leoplán, 9-VI-1937)
"Helman se llamaba. Era un suizo y tuvo, como todos los suizos,
vocación de relojero. Pero los amigos, según la opinión de sus padres,
acabaron por perderlo e hicieron de él un vago sin compostura. Andaba
corriendo' la liebre, trampeando aquí y allá, sin domicilio fijo y con
hambre de lobo. A cualquier hora que lo invitaran a tomar un café,
decía:
-Prefiero un "plesiosaurio".
Llamaba así a unos bifes que parecían el mapa de España y que servían, por poca plata, en el "Puchero Misterioso".
Nunca dejaba de decir al amigo que llegaba:
-Che, ¿pagas un "plesiosaurio"?
Le quedó el nombre de Plesiosaurio.
Cuando dejó de frecuentar nuestra compañía, supusimos que se había
marchado a la Patagonia, en busca de un homónimo. Pero no fue así. Lo
encontré en el consultorio de un joven médico amigo.
-¡Hola! - le dije-. ¿Qué te ocurre, Plesiosaurio?
-Aquí me tenes.
-¿Estás enfermo?
-¡Qué esperanza! ¿No ves que estoy trabajando?
-¿Trabajando? ¿Y en qué?...
-Habla bajo, por favor... Trabajando de paciente número uno. Soy el
cebo, la carnada, el anzuelo, ¿comprendés?... Este es un médico recién
recibido. No tiene clientes. Necesita hacerse cartel. Es un trabajito
liviano. Entro a las tres. Tengo que toser un poco en la puerta. Y salgo
a las cuatro v media. Así me gano la vida.
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