Antes de la organización de los estados nacionales ya existía el mercado, el intercambio, el trueque. Alguien tenía algo que otro necesitaba y viceversa. Naturalmente se fue organizando la economía.
Por supuesto, sin prescindir de la codicia y egoísmo típico del ser humano. Por más buenas intenciones que puedan tenerse, siempre habrá alguien que va a aprovecharse de ese descuido.
Y el estado moderno, entonces, viene a tratar de regular esa y otras diferencias. Pero ¿cómo lo hace y cómo debería hacerlo?
Se supone que el ideal es que, en una sociedad solidaria y organizada, el sector que produce riqueza y todo aquel que recibe una remuneración por su trabajo, sea el que tribute lo suficiente (de acuerdo a los ingresos que recibe) para cubrir las obligaciones exclusivas del estado: Salud, Seguridad, Educación, Vivienda, Obra Pública.
Para esto el propio Estado debe darse una estructura tributaria justa y equitativa de manera que quien produce riqueza la siga produciendo, los que reciben un suelo lo sigan recibiendo y contribuyan con sus impuestos a los sectores más rezagados para que estos últimos tengan la oportunidad de ingresar al sector productivo. Es decir que el Estado está obligado a favorecer un círculo virtuoso.
El mercado tiene sus propias leyes (y muchas de ellas despreciables) que nadie puede cambiar porque obedecen a un comportamiento humano que viene desde hace milenios. Lo que hay que repensar es el papel del Estado en ese juego. Es contraproducente ir contra la generación de la riqueza ya que es ir contra la recaudación impositiva: menor recaudación es menos Salud, Educación, Seguridad, etc. etc. etc.
El mercado se mueve bajo leyes económicas y el Estado bajo leyes políticas.
Éste útimo debe aprovechar las bonanzas en los mercados para recaudar y distribuir mejor y, cuando lo requiera, corregir las distorsiones que la avaricia provoca. El problema se da cuando esa avaricia se traslada del mercado a quienes gobiernan el estado y lejos de corregir problemas, los provoca.
El Estado somos todos, aunque no lo parezca. Es obligación de todos pensar y darnos un Estado que nos represente y nos defienda.
César G. De Gerónimo
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