Así, vamos viendo que aquel proyecto concebido a principios de año, tal vez en una charla con amigos o con la compañía de un mate o del gato, simplemente, quedó casi enterrado a un costado.
Y por allá vemos esa promesa que le hicimos a nuestra esposa, como por ejemplo, pintar el frente de la casa.
A veces encontramos simplemente recuerdos, caras que ya no vamos a acariciar, voces con las que no vamos a conversar más. Es inevitable.
Creo que lo rescatable es que en nuestro carro la carga se equilibre entre lo que se cae y lo que se incorpora. Porque siempre elegir es descartar.
Porque para que el caballo no se canse tanto, hay que aligerar la carga. Y para que algunas cosas no se echen a perder, hay que reemplazarlas por frescas, renovarlas.
Y en ese recuento que hacemos de la carga, tratamos de que lo que nos queda nos sirva para la etapa del viaje que está por empezar.
Este proyecto en especial, El Almacén, nació en 2004. Pareció en su momento que se había caído. Pero en una de esas recorridas del camino transitado, allá por diciembre del 2012, lo vi en un estado que me llamó la atención. Era como si no hubiese pasado el tiempo. Tuve que sacudirle un poco el polvo y arreglar algunas cosas. Pero sobrevivió.
Creo que la lección que aprendí es que no hay que dar por perdidos así no más aquellos sueños y proyectos que alguna vez cultivamos con paciencia.
Mi deseo para estas fiestas es que este recuento anual nos sirva para revalorizar nuestra carga.
¡Felicidades!
César G. De Gerónimo
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